Vera Rubín y la materia Oscura.
Por Ricardo Gánem Corvera
Washington D.C, 1938. Una niña de diez años
contempla desde su ventana el cielo estrellado.
La cautiva el movimiento de las estrellas.
Desde entonces estaba interesada en la astronomía.
Unos años más tarde haría uno de los
descubrimientos científicos más importantes de los
últimos tiempos. Sin embargo, su profesor de física
de la preparatoria le había advertido que se
mantuviera alejada de la ciencia.
Afortunadamente su papá, un Ingeniero Eléctrico
de los laboratorios Bell, la animo a seguir estudiando y le ayudo a construir su primer telescopio cuando solo contaba con catorce años de edad. Como astrónoma aficionada asistió a varias platicas de astrónomos eminentes. Escucho, por ejemplo, a Harlow Shapley hablar de su reciente descubrimiento del lugar de nuestro sistema solar dentro de la galaxia.
Fue a “Swarthmore College” en Pennsylvania para estudiar astronomía. Ahí el oficial de admisiones al saber que también le gustaba pintar le recomendó que mejor se dedicara a pintar objetos astronómicos. Finalmente, a sus 17 años entro en “Vassar College” y en tres años se graduó de la licenciatura de astronomía. Luego trato de entrar a Princeton, pero esta institución no admitía mujeres para sus programas de posgrado. Entro a la universidad de Cornell en dónde conoció a Robert Rubín, candidato a doctor en fisicoquímica, que más tarde sería su esposo. En Cornell recibió lecciones de Hans Bethe que descubrió las reacciones de fusión que se llevan a cabo en el interior del sol y a Richard Feynman. Ambos ganadores del premio nobel de física.
Ella decidió estudiar los movimientos de las galaxias. George Gamow, uno de los principales proponentes de la teoría del “Big Bang”, sospechaba que además del movimiento debido a la expansión del universo, debería haber una rotación universal. Por aquel entonces era muy difícil medir la velocidad de las galaxias. No había además muchos datos con los cuales trabajar (109 medidas de corrimiento hacia el rojo) Sin embargo ella concluyó que este movimiento existía. Presentó sus resultados en 1950 en la reunión de la Sociedad Americana para la Astronomía. Nadie la tomo enserio. Se dijo que tenía muy pocos datos para respaldar sus conclusiones. Pero Gerard de Vaucouleurs se sintió inspirado por el artículo de Rubín y pudo probar después que la Vía Láctea y las galaxias vecinas forman parte de un supercúmulo de galaxias cuyo centro está en la constelación de Virgo.
Posteriormente Vera hizo su doctorado en Georgetown University (Washington) su asesor fue George Gamow. En ese momento estudió la distribución espacial de las galaxias. ¿Estaban distribuidas al azar? O ¿Había algún patrón? Descubrió que, en contra de lo que se pensaba entonces, las galaxias estaban agrupadas alrededor de ciertos puntos. Es decir que, como ahora sabemos, había grandes vacíos. Nuevamente no le creyeron. Le comentaron, al igual que la primera vez, que no contaba con suficientes datos.
En 1963 se movió a California y su carrera comenzó a despegar. En el observatorio de Kitt Peak hizo su primera observación como astrónoma profesional. Posteriormente comenzó a trabajar con Kent Ford un físico y diseñador de instrumentos. El había inventado un tubo que , al multiplicar el número de fotones, aumentaba enormemente la intensidad de la luz de cualquier objeto que se estuviera observando. Gracias a esto podían obtenerse espectros de galaxias enteras en solo unas pocas horas y no en toda una noche de observación como era la costumbre. En 1970 Vera se dedicó a estudiar la velocidad de rotación de la galaxia de Andrómeda. Quería ver si de esta forma podía explicar los brazos espirales y porque estos variaban de una galaxia a otra. Se esperaba que, al igual que en el sistema solar, las estrellas cercanas al centro de la galaxia giraran más rápidamente que aquellas que se encuentran lejos de este punto. Para sorpresa de todos esto no resulto así. La mayoría de las estrellas se movían mucho más rápidamente de lo esperado.
Posteriormente Vera y su equipo, con el instrumento de Ford, empezaron a estudiar galaxia tras galaxia. El resultado resultó ser igual que para el caso de la galaxia de Andrómeda. Esta no era solamente un caso especial. Rubín se dio cuenta que tenía que existir una materia, invisible para su telescopio, que permitía a las estrellas moverse tan aprisa sin salirse de sus orbitas. Sus mediciones sugerían que el 90 % de la masa de esta galaxia era invisible. Este fue la primera evidencia realmente contundente de la existencia de la materia oscura. Hasta la fecha los astrónomos no saben cuál es la naturaleza de esta. Los candidatos van desde planetas, estrellas apagadas, enanas cafés, agujeros negros y estrellas de neutrones hasta subpartículas atómicas como neutrinos u otros aún no descubiertos.
Luego se fueron encontrando más evidencias. Las grandes galaxias elípticas como M87 por ejemplo, emiten grandes cantidades de rayos X. Para que el gas caliente que emite esta radiación no se disipe al espacio intergaláctico, se requiere, nuevamente, de la existencia de materia invisible que debe estar rodeando la galaxia. En el caso de M87 se encontró que su masa tenía que ser 500 veces mayor que la de la vía láctea. Más recientemente la gran cantidad de lentes gravitacionales que se han encontrado constituyen también una evidencia más de la existencia de la materia oscura. Vera Rubin no descubrió esta materia. Fritz Zwicky en los treintas examino la velocidad a la que se movían las galaxias del cumulo de Coma. Descubrió que estas velocidades eran demasiado altas y sugirió la existencia de materia no visible para explicar su movimiento. Jan Oort, más o menos en la misma época, midió la velocidad de oscilación de las estrellas de la vía láctea respecto de su plano de rotación llegando a la conclusión de que parecía que la vía láctea contaba con más masa de la que se hubiera podido calcular a través de los objetos luminosos. Sin embargo, la Doctora Rubin si demostró, de forma concluyente, la existencia de esta materia. Se trata de uno de los descubrimientos más importantes en la historia de la astrofísica. Difícilmente se podría sobrestimar su importancia. Nuestra visión del universo cambió radicalmente gracias a ella.
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[1] “Through a Universe Darkly” Marcia Bartusiak, 1993. Avon Books. New York.
[2] “Historia de la Astronomía” Giorgio Abetti, 1949. Breviarios del FCE.
Jocelyn Bell Purcell. Descubridora de los Pulsares.
Por Ricardo Gánem Corvera
Corría el año de 1956. Jocelyn Bell
contaba entonces con
13 años y por fin había logrado
entrar a la clase de ciencias
en la ciudad de York en Inglaterra.
En esa escuela, las niñas no podían
tomar esas clases.
En su lugar recibían lecciones
de cocina para aprender a
ser buenas esposas más adelante.
Pero Jocelyn era curiosa y muy inquieta. Se inconformo y con la ayuda de su familia logró entrar en la clase que tanto le interesaba. En ese entonces era difícil imaginar que Jocelyn haríauno de los descubrimientos más importantes de lahistoria de la astronomía. Aunque años antes, Zwicky había pronosticado la existencia de estrellas hiperdensas, hechas de puros neutrones, nadie había imaginado que estas pudieran manifestarse en forma de pulsares.
Jocelyn Bell nació en 1943 en Belfast, Irlanda del Norte. En su familia, el conocimiento científico era muy apreciado. Ella descubrió, en la biblioteca de su padre, un ejemplar de “Frontiers in Astronomy” por Fred Hoyle. Devoró el libro y decidió a muy temprana edad, que quería dedicarse a la Radioastronomía. Para ello estudió primero física en la universidad de Glasgow en Escocia y posteriormente se dirigió a Cambridge, aunque ella pensaba que no sería admitida y que, si lo era, la echarían en cualquier momento de esa universidad. Eran los primeros síntomas de lo que ella misma llamo después “el síndrome del impostor”. Así que decidió dedicar su mejor esfuerzo en estos estudios para lograr, cuando menos, hacer algo antes de que la expulsaran de la escuela.
Los cuásares eran la sensación del momento. Estas poderosas fuentes de radio compactas habían sido descubiertas a finales de los cincuenta. La mayoría de las fuentes de radio son difusas, es decir, provienen de una amplia región del cielo. En el caso de los cuásares las ondas de radio estaban muy bien localizadas. Aunque venían de un solo punto del cielo no se podían relacionar con ningún objeto que fuera visible con el telescopio. No fue hasta 1962 que Allan Sandage y Thomas A. Matthews usando el telescopio de 5 metros de Monte Palomar, fotografiaron a un cuásar. Tenía toda la apariencia de una estrella (de ahí el nombre “cuasi-estelares” o cuásares). Esto era sumamente extraño porque las estrellas normales emiten solamente una pequeña parte de su energía en forma de ondas de radio. Además, Maarten Schmidth encontró, un año después, que el corrimiento hacia el rojo de estos objetos era enorme lo que significaba que eran los astros más lejanos del universo conocido hasta entonces. Poco después se observó, también, que los cuásares brillaban con intensidad variable. Se comprendió que una manera de encontrarlos consistía en detectar estos cambios de intensidad en las ondas de radio por ellos emitidas. En Cambridge Jocelyn Bell trabajaba como estudiante de doctorado de Antony Hewish. Ella y cinco estudiantes más habían estado construyendo un novedoso radiotelescopio que serviría para detectar estas variaciones y descubrir, así, nuevos cuásares. No se trataba de un radiotelescopio tradicional, de aquellos que tienen la forma de un plato parabólico. Se trataba, más bien, de dos mil antenas interconectadas entre sí. Fue un trabajo agotador, usaron en total más de 190 Kms de cable. Tenía el tamaño de 57 canchas de tenis. Tardaron más de dos años en terminarlo. Al final Jocelyn Bell se quedó a cargo de la operación del aparato. Las ondas de radio emitidas por los objetos celestes quedaban grabadas en tiras de papel. Día tras día Jocelyn Bell examinaba alrededor de 30 metros de esas tiras. Descubrió, de esta manera, ciento ochenta cuásares. Antes que ella empezará su trabajo solo se conocían veinte. Pero lo más sorprendente estaba por venir, un día de 1967 descubrió una radioseñal en extremo extraña. Ocupaba solo unos centímetros de papel, pero en este pequeño espacio, podía observarse una fuente de radio que pulsaba cada 1.3 segundos de forma extremadamente regular. Nadie había pronosticado algo así. Cuando se lo mostro a Antony Hewish él insistió en que esas señales no venían del cielo, sino que se debían a la interferencia humana. Pero a Jocelyn le pareció muy extraño que la señal pareciera venir, siempre, de la misma región del cielo. Probo con otro radiotelescopio. Si la señal provenía de fuera de la tierra, tendría que poder observarla con este otro instrumento. ¡Los resultados fueron positivos! Aún así, parecía muy extraño que solo existiera un solo objeto en el cielo con esas características. Se llego a pensar que se trataba de señales producidas por alguna civilización inteligente. Sin embargo, tres semanas después Jocelyn descubrió otro pulsar, en otra región del firmamento.
Se organizó un coloquio en Cambridge a donde asistieron las astrónomos más famosos de todo el mundo. Ahí, Antony Hewish, sin mencionar casi a Jocelyn Bell, habló del descubrimiento de los pulsares. En el auditorio estaba Fred Hoyle. Inmediatamente después de la conferencia Hoyle supuso que los pulsares eran estrellas de neutrones que rotaban rápidamente y que tenían un intenso campo magnético. Debían ser el resto de la explosión de una supernova. Hoyle estaba en lo correcto.
En 1974 se anunció el premio nobel de física. Era la primera vez que se le otorgaba a unos astrofísicos. El nobel era para Antony Hewish y Martin Ryle, jefe del departamento de radioastronomía de Cambridge, por el descubrimiento de los pulsares… Cuando lo supo, Fred Hoyle criticó la decisión. Expresó públicamente su descontento. Él sabía que Jocelyn Bell era la verdadera descubridora de los pulsares y, por lo tanto, la verdadera ganadora del premio. A ella, en ese momento, no le pareció tan mal. Incluso le gustó que se hubiera otorgado el nobel por un descubrimiento que ella había hecho.
Actualmente no queda ninguna duda. Jocelyn Bell debió haber ganado ese premio. Sin embargo, gano muchos otros. Entre estos, se le otorgó, en 2018 el “Premio Especial para el Avance de la Física”. Estos son una especie de Oscares para científicos. El premio de tres millones de dólares se le otorgo por el descubrimiento de los pulsares. Sin embargo, seguramente por la experiencia vivida, ella decidió donar todo ese dinero para otorgar becas de doctorado a científicos de grupos minoritarios. Actualmente, Jocelyn Bell es profesora en la Universidad de Oxford y sigue inspirando con su gran ejemplo a nuevas generaciones de astrónomos, mujeres y hombres.
Figura uno: Primera imagen del primer pulsar descubierto: CP1919 (el número hace referencia a las coordenadas del objeto) Como puede verse, apenas puede distinguirse una pequeña perturbación en la tira de papel. (Crédito: Jocelyn Bell Burnell y Antony Hewish)
Figura dos: La misma región del cielo (CP1919) “amplificada”. Se hace correr la tira de papel a una mayor velocidad. En esta nueva imagen se ven claramente los pulsos. (Crédito: Jocelyn Bell Burnell y Antony Hewis
Referencias
- Astronomy. The evolving universe. Michael Zeilik. Ninth ed. Cambridge University Press
- El Universo de Jocelyn Bell Burnell. Maia Garcia Vergniory.
https://mujeresconciencia.com/2014/12/03/el-universo-de-jocelyn-bell-burnell/
- Conferencia de Jocelyn Bell en youtube: https://www.youtube.com/watch?v=z5c3recNJKU
- Entrevista con Jocelyn Bell. https://www.youtube.com/watch?v=EN5IwwinbRc
MIS RECUERDOS DE LA SAM
Por Gilberto García Muñoz
Para comenzar, quiero poner algunos antecedentes del porqué de mi afición a los cielos.
Para esto, he de decir que a partir de mi infancia mi vida ha transcurrido dentro de la era espacial. La verdadera era espacial. Casi nací dentro de un cohete Saturno V de alguna misión Apollo. Recuerdo que siendo yo pequeño, me senté enormemente emocionado y orgulloso al frente de una pantalla de algo que en aquel entonces se llamaba televisión. Era una caja en cuyo interior traía algo llamado bulbos que se calentaban mucho y además fallaban frecuentemente, en ella se recibían transmisiones en blanco y negro, que al día de hoy ya no me acuerdo ni que es eso. Bien, en ese aparato, recuerdo haber visto aquel momento en que se puso la primera huella humana sobre nuestra querida Selene y escuchar de la voz de Armstrong que eso era solo un pequeño paso y con ello nos daba a entender que vendría más. Pues este hecho y lo que siguió, marcó para siempre mi amor al espacio. Ya me veía de astronauta, en una gran nave espacial. Desgraciadamente, me enteré de que la competencia iba a estar muy fuerte, ya que éramos millones en cada país del mundo con el mismo deseo.
Después recuerdo haber visto el famoso eclipse solar del año 1970, pero parcial y desde mi casa aquí en la Ciudad de México y con lentes fabricados con armazón de cartón que decían eran especiales, me pregunto si en verdad lo eran.
Más adelante me tocó ver el cometa Kohoutek. Guardo en mi mente muy bien aquel recuerdo, era una linda chica rubia de ojos grandes y claros dando capsulas noticiosas en tv sobre el cometa, hoy me doy cuenta que yo ponía mucha atención a ese cometa. Ya para mi época de estudiante de secundaria tenía en mi cuenta el haber observado, a simple vista o con binoculares, varios eclipses lunares, parciales o totales.
Así llegó el inicio de los años 80, marcando el final de la música disco, pero el inicio de una gran serie televisiva, “Cosmos”. Quedé fascinado desde el primer capítulo, lo cual me hizo comprar y leer el libro poco tiempo después. Ese libro se convirtió para mí, como para muchos otros, en la biblia de la astronomía, de aquellos años, por supuesto.
Para ese entonces, veía también por tv a un joven de apellido Rubí que daba pequeñas lecciones de astronomía en un programa llamado “Introducción a la universidad” y después en “Video cosmos” y él hasta fue jurado en XE-TU. Gracias a él aprendí más sobre el cielo y también debe haber sido por él que supe de la existencia de la Sociedad Astronómica de México.
Llegó el año 1984 y con él, el Gran Eclipse Anular de San Luis Potosí del 30 de mayo. Me trasladé a esa ciudad con un gran regocijo y bien preparado con una pequeña cámara y algunos filtros y ese día…nada, no vi nada. Ese día amaneció tan nublado en la capital del estado que lo único que vi fue gente decepcionada a mi alrededor, lo peor fue que 15 minutos después de terminar el eclipse abrió el cielo y se mantuvo un día completamente soleado. Ni modo, así es esto. Por lo menos conocí San Luis Potosí.
Para finales del año siguiente, vendría el cometa Halley, así que decidí prepararme más para ese evento. Fue entonces cuando pisé por primera vez los suelos de la Sociedad Astronómica de México.
Recuerdo vivamente el primer día. Entré temeroso a un edificio con paredes grises, frías, lo sentí tan hostil como estar en medio de una guerra. En la planta baja se encontraban algunos avisos, pero todo cerrado. Se escuchaban algunas voces en la parte superior. Me armé de valor y subí. Ahí había unas 5 o 6 personas con libros o revistas en las manos.
Me acerqué y pedí informes. Me dijeron sobre las actividades, pero desgraciadamente ese día no había ninguna.
Así que decidí volver a la semana siguiente. Ya más dueño de la situación, caminé hacia el salón de conferencias y ahí se encontraba otro joven, Alberto León, dando un curso de astronomía, me senté y escuché. Decidí en ese momento que volvería a los diferentes cursos.
Los primeros días comencé a descubrir y conocer gente, al Ing. Olguín, al Dr. Betancourt, a Don Bulmaro Alvarado y sus 88 constelaciones y por supuesto a Don Alberto, que armado con su lupa, inspeccionaba minuciosamente los espejos que varios jóvenes pulían dentro de su taller para crear sus telescopios.
Alguien que también anduvo aquí, fue Cri Cri fue Cri Cri ¿y quién fue ese señor? El grillo cantor …Solo que de él me contaron, porque ya no tuve la fortuna de conocerlo.
Un jueves conocí en persona a otro famoso, ¡el mismo de la tv! Jorge Rubí, que frecuentaba y daba cursos allí.
Poco a poco me resultó más familiar el lugar, conocí gente interesante, personas mayores que me parecían sabios hablando de planetas y estrellas, mostrando sus fotos. Entre ellos estaba nuestro respetable Jorge Gabriel quien por la época fue presidente de la sociedad.
Había en los cursos y talleres jóvenes que compartían los mismos gustos y deseos que yo. Algunos más, otros menos, pero todos con un mismo interés: aprender y observar el cielo.
Comencé a hacer una muy buena amistad con alguien muy pero muy delgado, a quien le llamaban Legas y al pasar del tiempo aún lo veo. Él es Rafael González. Es quien hoy vive en Pensilvania con su esposa y además sigue al tanto de la SAM y quien hace poco me invitó a volver a estas charlas.
En los cursos de los jueves se organizaban salidas de observación al campamento de Chapa de Mota. Asistí a muchas de ellas, trasportándome en autobús o a veces en una combi de doña Ada Amelia, a pasar frío e incomodidades, nada que fuera cercano a un hotel de 5 estrellas. No, no, para nada. Aquí era un campamento de miles de estrellas, pero en el cielo.
Aprendí a reconocer las constelaciones, ver a través de un telescopio, observar planetas y lluvias de estrellas. Recuerdo que en una noche hubo una gran lluvia…pero de agua, lluvia torrencial y terminamos como 10 o 12 dentro de aquella vieja combi de Ada. Apretados pero felices.
Allí también conocí a Joaquín y su “teponastle”, un telescopio fabricado por él mismo y cuyo cuerpo en vez de ser un tubo metálico era de madera, pero funcionaba muy bien.
Algunas veces fui con Gustavo Viñas y Legas al observatorio Las Ánimas subiendo el cerro no por el camino, sino entre el bosque y la maleza, “para cortar camino”. Después me enteré de que allí había víboras de cascabel y ya pueden imaginar “lo divertido” que fue eso.
Cuando ya se aproximaba el cometa Halley, a principio de diciembre de 1985, lleve a mis padres y hermanos con el grupo al campamento. Vimos al cometa, pero prometieron no volver porque les resultó incómodo.
Recuerdo una maravillosa salida a Tabasco. Fuimos a Villahermosa muchos jóvenes de la SAM a dar pláticas y asesorías sobre el cometa, además conocimos el extraordinario planetario de la ciudad. En aquel estado, nos brindaron muchas comodidades y una casa exclusiva para nosotros. Pasamos allí la nochebuena del 85, todos estábamos con nuestras mejores galas que habíamos llevado para esa cena, las chicas se esmeraron en poner una de las mesas más bonitas que me ha tocado ver.
Pasando la euforia por el cometa, continué mis visitas a la SAM, para entonces ya era socio y me tocaba junto con Rafael abrir la cúpula y preparar el telescopio para los visitantes.
Varios años después me tocó presenciar el eclipse total de Sol de julio 11 de 1991, y pude aplicar mis conocimientos astronómicos.
Quiero mencionar que dentro de la SAM he conocido gente extraordinaria, de diferentes ámbitos y ramas del saber. Como ejemplo, Bernardo Martínez, historiador, quien siempre nos daba detalles históricos de miles de cosas fuera de la sala de conferencias o en los campamentos. Aprendí de espeleología y rapel con Raúl Octavio González, hoy ambos están aquí presentes. Conocí a pilotos, y hasta me lancé de un avión en paracaídas gracias a las enseñanzas de Cristian. Conocí a Rogelio Ajuria, con su especial mirada por encima de sus gafas, a De la Macorra, Gastelum, Robles Gil, cada uno aportando siempre algo por la sociedad.
Por supuesto, en la SAM conocí a grandes astrónomos profesionales como Luis Felipe Rodríguez, Julieta Fierro, José Franco o Arcadio Poveda, quienes llegaron a dar conferencias magistrales a la SAM y que orgullosamente puedo decir que fueron mis maestros en la facultad de ciencias.
Hay muchos nombres más que quisiera mencionar y más vivencias que quisiera compartir, pero ya no hay espacio ni tiempo.
A pesar de que con los años mi vida tomó otro rumbo y me llevó a otra actividad que también es mi gran pasión, aún sigo asombrándome y amando todo lo que nos brinda ese maravilloso universo que esta sobre nuestras cabezas.
Hoy como antaño, estoy seguro de que aquí nuevamente conoceré gente maravillosa, de la cual aprenderé muchísimo.
Por todos estos recuerdos y muchos más, por reencontrarme hoy aquí con viejos amigos, por las personas que estoy conociendo en la actualidad y desde luego por lo que he aprendido sobre el cielo, tengo que dar gracias a la Sociedad Astronómica de México y desearle muchas felicidades en su aniversario 119.
Marzo, 2021
Mi paso por la Sociedad Astronómica de México
Por Alberto Levy
¿Cómo podría alguien poner en una perspectiva real algo que haya tenido una gran influencia en su vida? Para muchos, como para mi ese algo se volvió una parte integral de mi vida, así como mi pasión.
Mi afición por la astronomía nace seguramente de niño, al ser consciente de que nuestro planeta es una esfera que flota en el espacio, llenándome ese concepto de muchas preguntas y curiosidad. Tendría unos 10 años cuando mi padre trajo a la casa la famosa enciclopedia “El Tesoro de la Juventud” la cual contenía diversos artículos sobre el espacio, fotografías (en blanco y negro) de los planetas y sobre todo lo más impresionante, fotos de montañas y cráteres en la Luna. Yo escudriñaba cada fotografía para tratar de “descubrir “alguna forma de vida. Algo que recuerdo claramente era un dibujo mostrando diversos cuerpos del sistema solar y sus distancias a la Tierra, ahí también dibujaban un avión DC-3 que, hacia la travesía por el espacio, o sea que
“volar” a la Luna debía ya ser posible y yo podría ser uno de esos pasajeros y deseaba ser astrónomo.
Comentando cosas con mi padre, me aseguraba que mi generación sería quien llegase a la Luna y los planetas.
En otra sección de la enciclopedia llamada “Juegos y Pasatiempos” un artículo jaló mi ojo de inmediato,
En otra sección de la enciclopedia llamada “Juegos y Pasatiempos” un artículo jaló mi ojo de inmediato, “Como construir un Telescopio”. Lo leía varias veces y me propuse la tarea de construir el telescopio “Galileano” con lentes simples que adquirí en un taller de óptica para anteojos. Lo demás era lo de menos como dicen, un tubo de cartón otro más pequeño de aluminio como enfocador, cartulina, pegamento y listo.
Empecé por tratar de enfocar una lámpara mercurial en un arbotante amarrando el tubo de cartón del telescopio a una columna de fierro. Se veían extraños y maravillosos colores alrededor de la lámpara amplificada unas 30 veces. Mi primera experiencia observando por un telescopio había sido un éxito, ahora habría que tratar con la Luna, descubriendo que se podían distinguir sus cráteres tal como los mostraba la enciclopedia, lo que seguía era tratar de descubrir otros seres en ese astro.
Tuvieron que pasar unos 6 años para darme cuenta de que mi telescopio tenía los mismos defectos del telescopio del famoso Galileo, sobre todo el de la aberración cromática y que los maravillosos colores los producía el lente del telescopio y no el astro.
En el año de 1963 conocí a Francisco (Paco) Diego cuando cursábamos la escuela Vocacional #2 de ingeniería. Compartíamos varias aficiones comunes que incluían por supuesto, la astronomía. En su casa comparamos nuestros telescopios refractores lado a lado, siendo el suyo un aparato japonés que se vendió durante una exposición en México de la industria japonesa. ¡Qué maravilla observar por un verdadero telescopio! con una calidad para mi inimaginable, abriéndose en ese momento un interés mayor por la afición.
Paco y yo conocimos en la misma vocacional a Roberto Diaz del Campo (Picnic), quien nos hizo mención que a media cuadra de la casa de su abuelo había un edificio de una Sociedad Astronómica dentro del parque Álamos.
El día de nuestro primer encuentro con la SAM fue de asombro, comenzando con la biblioteca en la planta baja haciendo platica con el bibliotecario de muchos años de servicio voluntario.
Nosotros preguntábamos cuando podríamos observar por el telescopio de la cúpula que aparecía en la azotea. No podíamos subir solos, sino hasta que llegase algún socio o responsable del observatorio, disciplina férrea es lo que operaba en ese lugar. Me impresionaba el pequeño auditorio con cuadros con la imagen seria de cada presidente de la Sociedad Astronómica desde Don Luis G. León al actual, sintiéndose uno observado constantemente por ojos recelosos. Paciencia es algo que aprende uno a tener sobre todo cuando éramos los más jóvenes en ese edificio y los “sabios” hablaban de cantidad de detalles técnicos y características de los astros, y de vez en cuando nos dejaban ver por brevísimos segundos por el ocular del telescopio.
Don Elpidio López controlaba con rigidez la sociedad y todos tomaban muy en serio la actividad. Personajes muy queridos como Pepe Carabias, Pancho Castillo, Francisco Reyna y Alberto González Solís, apoyaban bien a los nuevos chamacos a diferencia de algunos “viejos”.
Tarde varios meses en pagar mi inscripción, por supuesto dinero era el problema para un estudiante de 16 años. En la víspera de alguna asamblea el eterno y querido tesorero Pancho Castillo nos “presionaba” amablemente a pagar para mostrar mejores números durante su informe de tesorería de la SAM.
Cada miércoles llegábamos al anochecer, subíamos a la cúpula del refractor Goto de 8”, darle un centenar de vueltas a la manivela que abría el gajo de la cúpula, ayudar entre varios a girar en posición la pesada cúpula y ayudar constantemente a hacer correcciones en manivela de la ascensión recta para mantener centrado al astro. Era muy interesante escuchar los comentarios de los "viejos" y que de vez en cuando que nos permitieran echarle un ojo al objeto antes de que lo cambiaran a otro, perdiéndonos la experiencia para siempre, así pagamos con creces nuestra cuota de mano de obra barata. Los mismos miércoles había una plática-conferencia que preparaba alguno de los miembros. Siendo varios de ellos profesionistas, nos mostraban cálculos y ecuaciones, cosa que nos era ya familiar por estar estudiando ingeniería.
Francisco Reyna, Rafael Robles Gil, Guillermo Raymond hablaban sobre cohetes, satélites y órbitas. Quien se llevaba las palmas por su conocimiento y buen humor era Francisco Gabilondo Soler (Cri Cri), quien a pesar de su progresiva pérdida de la vista, observaba y calculaba ocultaciones y reapariciones de las lunas de Júpiter.
La noche de los miércoles no terminaba con la conferencia, había que “seguirla”, cenando en un restaurant de la colonia Narvarte “El 303”, en donde una gran mesa con 10 o más de nosotros se continuaban los comentarios, experiencias, anécdotas y buen humor que todos disfrutábamos y nosotros los jóvenes lo absorbíamos como esponjas.
A Pepe Carabias (QEPD) le debo grandes favores, sobre todo porque nos llevaba a Paco y a mí en su viejo Volvo a Tultepec, Edo. de México al observatorio de Gabilondo. Bajo un cielo obscuro y con un par de magníficos telescopios, el refractor Zeiss de 5” f/15 y un larguísimo refractor Goto de 6”f/30 para observación planetaria, montura que construyó Alejandro Lara con Gabilondo, además de unos enormes binoculares Zeiss bautizado como “La Mantarraya”. El refractor Zeiss de 5” fue donado por el gran maestro Francisco Escalante quien con ese telescopio creó un monumental estudio y libro sobre el planeta Marte y que fuese prácticamente un texto mundial en los años 50s y 60s, razón por la cual y en su honor se nombró un cráter “Escalante “en el planeta rojo.
Muchísimas y buenas experiencias he tenido desde que ingrese a la SAM, pero eso será un comentario que hare en un futuro cercano. A muchos agradezco lo que me enseñaron, y su ejemplo lo trato de aplicar en las nuevas generaciones, sobre todo con niños quienes a esa temprana edad están abiertos al descubrimiento y así motivarlos hacia nuestra gran afición.
Baja California, México
Mayo, 2020
El Marcador Solar de
Malinalco, Edo. de México
Malinalco, sitio Mexica, tiene un pasado fascinante. La peregrinación Azteca que salió siglos antes de Aztlán estaba por llegar al lugar profético donde su dios principal Huitzilopochtli les prometió que fundarían un gran imperio. Los hechos, como hayan acontecido, solo podemos vislumbrarlos en los mitos de la peregrinación.
Los mitos involucran celos y venganza. Mitos donde sus dioses Huitzilopochtli y Malinalxochitl, identificados por el Sol y la Luna, luchan por el orden Cósmico y el control del tiempo que rige las actividades humanas En especial la agricultura que es tan importante para sostener una gran población y con ello mantener la continuidad de su sistema político.
La leyenda cuenta que los Aztecas al aproximarse al Valle de México acuerdan abandonar a Malinalxochitl en el área de Malinalco durante la noche y continuar su camino sin ella. El abandono fue ordenado por
Huitzilopochtli, su hermano.
Al quedarse en Malinalco, Malinalxochitl se casa con un personaje de alto rango del lugar con el que tiene un hijo llamado Copil. Copil al crecer se entera del abandono traicionero de su tío y se confabula con los pueblos Coluas, Tepanecas, Xochimilcas, etc., que ya habitaban el Valle de México, contra de los Aztecas. El plan era declarar la guerra a los Aztecas y acabar con ellos.
La guerra favorece a los Aztecas, capturan a Copil y le extraen en corazón. El corazón es llevado a la orilla del lago que ocupaba el valle del altiplano y arrojado en él. Ahí donde el corazón de Copil quedo, floreció el tunal sobre el cual se posó el águila y como decía la profecía los Aztecas debían fundar su capital, Tenochtitlan. En el escudo nacional mexicano se ve el corazón de Copil bajo el tunal. Este mito ha trascendido hasta nuestra época y se plasma en el pasado histórico de México.
Malinalco fue conquistado por el tlatoani Axayácatl (1476) y ahí construye una magnifica muestra de arquitectura Azteca dedicada a la observación del Sol. Único recinto ceremonial en toda América totalmente esculpido en roca. Hay 5 edificios enclavados en las alturas del cerro de los Amates donde el Cuahucalli es un recinto astronómico. Se apoya para la observación astronómica en un marcador solar que se encuentra del otro lado del valle (8 km aprox.) en un cerro donde se hizo un corte para formar un ángulo de 90 grados. El corte tiene la orientación necesaria para que los días del Solsticio el Sol aparezca en ese lugar al amanecer.
El evento alcanza su máxima expresión cuando el Sol se acerca al Zenit y proyecta un haz de luz atreves de la techumbre del Cuahucalli para posarse en la parte frontal del pico del águila que ocupa el centro del recinto y que se encuentran junto con otras dos águilas y un jaguar que están esculpidas sobre la banca interna que rodea el Cuahucalli.
El evento astronómico demuestra el conocimiento de la ruta exacta del Sol. La observación metódica y precisa del Sol que se había llevado a través de los siglos se funde con la construcción del recinto y su orientación.
La Astronomía (simple para nuestros días) también validaba la cuenta de los días (calendario) y las actividades agrícolas. El patrón social estaba basado en ceremonias religiosas que dependían del calendario. Las guerras y expediciones mercantiles se regían por de la cuenta exacta de los días. Los grupos mesoamericanos durante siglos de observación afinan sus conocimientos astronómicos y mediante esta precisión crean mecanismos para pronosticar a la naturaleza y así afianzar el sistema político, económico y religioso.
Esta Astronomía básica era sumamente importante para una infinidad de actividades sociales y cotidianas. La matemática que poseían y la escritura pictográfica de los pueblos mesoamericanos fueron fundamentales para el desarrollo del registro Astronómico.
Como conclusión, la Astronomía fue una de las bases para el desarrollo de las culturas mesoamericanas y el tejido social dependía de la exactitud de las observaciones de los Astrónomos. En Malinalco encontramos una muestra de su grandeza.
La Astronomía Mexicana tiene un historial de siglos, un orgulloso pasado. Sobrepasada por la Astronomía actual pero tan importante que no debe ser olvidada pues nos pone de manifiesto el interés de México y de los mexicanos por el estudio de las ciencias Astronómicas.
Arqlgo. Gérard Ruiz Derbez
Ciudad de México, 2020
Sociedad Astronómica de México